T2. El paradigma de los huevos de oro: el crecimiento económico ilimitado


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He dado muchas vueltas sobre el paradigma a elegir de mi disciplina que pudiera suscitar interés y recoger todos o algunos de los conceptos sobre el progreso de la ciencia que hemos visto en las lecturas del progreso de la ciencia. Y justo he caído: por qué no comentar nuestro propio paradigma sobre el progreso: el crecimiento económico.

Sin meterme a debatir las propiedades de este indicador como medida del bienestar social y sus eternas disputas con el desigual reparto de la renta, me limito a dar la definición técnica de crecimiento económico y a la controversia de sus límites. El crecimiento económico se entiende como el aumento del PIB en un lugar y un espacio de tiempo determinados, este aumento arroja una tasa positiva que es conocida como tasa de crecimiento de la economía y representa la creación de riqueza. 

El cuerpo teórico en torno a este concepto es uno de los paradigmas más desarrollados por la ciencia económica a lo largo de los siglos. Las cuestiones han girado básicamente en torno a cómo y por qué se genera la riqueza, y con qué límites. Por poner un poco en contexto, el estudio de este fenómeno comienza oficialmente a coger fuerza con Adam Smith y su obra fundacional La Riqueza de las Naciones escrita en 1776, una obra mucho más amplia que lo que respecta a este concepto, pero que viene a dar respuesta, entre otras, a todas las cuestiones nombrados sobre cómo y en base a qué factores se reproduce el desarrollo industrial, el cual precisamente estaba siendo bien protagonista en esa época. Por supuesto que los clásicos contemplaban los factores de producción y sus ciclos, expansiones y recesiones a corto plazo. Sin embargo, vivieron bajo influencia de las leyes físicas y del concepto del equilibro del universo del momento, y por entonces se creía que la economía también podía adoptar estas cualidades, por lo que lo que interesaba era el largo plazo, lo imperecedero, qué pasaría con el paso del tiempo . Siendo así las cosas, no tardó en surgir la pregunta irremediable: ¿cuál es el límita de la senda del crecimiento? El primer esbozo pesimista de la bonanza económica lo trae David Ricargo bajo la ley de rendimientos decrecientes, que luego pasaría a ser uno de los principales postulados de la teoría neoclásica de la que aún hoy se nutre un buen groso de la economía de corte liberal. Lo que básicamente venía a decir esta ley es que cada unidad nueva añadida a la producción era un poco menos productiva que la anterior, y que cada vez sería menos. Al principio esto se pensó solo para la tierra: según la teoría Malthusiana, las tierras fértiles se irían agotando pasando a otras menos productivas. Pero más tarde el postulado se extendería a todos los factores de producción (tierra, capital y trabajo). Marx, que había leído a los clásicos, habla también de esto en su teoría de la caída tendencial de la tasa de ganancia, recogiendo una lógica similar -y eso que venía de una método y unas premisas de partida muy distintas. Unas cuantas (muchas) décadas más tarde, con el rescate del largo plazo por parte de los neoclásicos (después de los años de influencia keynesiana donde por las circunstancias predominó el estudio del corto plazo), este concepto se recuperaría y bautizaría como productividad marginal decreciente. Se asumiría una función de producción clásica con rendimientos decrecientes, con tendencia positiva pero cóncava, la cual asumía que a largo plazo en el nivel agregado la economía se dirigiría hacia un “estado estacionario”, donde las tasas de crecimiento serían igual a cero. Como con una especie de enfermedad degenerativa por la que va perdiendo fuerza con su avance fue concebido el futuro de la economía. 

A finales del siglo XX esta cuestión cambia. En 1942, Schumpeter resalta el papel del progreso tecnológico y la innovación, y la señala como “alternativa” a ese equilibrio estático para nada deseado por los economistas (no me incluyo) donde la utilidad y los intereses desaparecen y la acumulación de capital, además de perder efectividad, se deja de acometer. Schumpeter aporta ideas intuitivas muy adelantadas a su tiempo con enorme transcendencia, pero no llega a formalizarlas en un modelo. Años más tarde, en 1956, Robert Solow formaliza por primera vez el rol del cambio tecnológico en un modelo de crecimiento económico. Realiza varios estudios empíricos para comprobar que sus sospechas son ciertas y concluye que las contribuciones del trabajo y del capital explican menos de la mitad de las tasas de crecimiento; el resto resulta del progreso tecnológico (Solow, 1957). Esto aterriza en que cada irrupción tecnológica en el modelo productivo dispara los niveles de productividad y genera una nueva función de producción más inclinada, en otras palabras, se recuperan niveles de crecimiento anteriores -dando  oxígeno al moribundo por un tiempo. Este cambio de paradigma abre paso a todo un cuerpo nuevo de teorías, cada vez más sofisticadas, que estudian el progreso tecnológico y su relación con el crecimiento. Romer (1986 y 1990), Lucas (1988), Rebelo (1991), Aghion y Howitt (1992), entre otros, que consideran además esta vez la variable progreso técnico de forma endógena para ser explicada en sus modelos.


Preguntarse por el progreso de estas teorías es complicado. ¿Cómo de verosímiles fueron cada una ellas en su momento, cómo evolucionaron y cómo de fiel a la realidad del presente? La respuesta es depende del método utilizado, pero en cualquier caso con trabas en las realidades contrastables. La economía ha estado cargada de postulados racionalistas durante mucho tiempo. Hoy en día el método hipotético-deductivo tiene menos fuerza y, por el contrario, el empirismo ha ganado terreno: la predicción, el empleo de métodos estadísticos y la econometría ha sofisticado el constraste de hipótesis. No obstante, aún con las herramientas actuales, corroborar o refutar alguna de estas teorías del crecimiento en concreto (tanto limitado como ilimitado) con datos se encuentra con el mismo bache, que es el tiempo. Las teorías del crecimiento hablan de tendencias a largo plazo y, claro, ¿cuál es el suficiente largo plazo; 100 años, 1000, 10.000, siempre, nunca? Conforme la contrastación de la teoría dependa de una unidad de tiempo nunca habrá consenso sobre el tiempo necesitado para descartar/corroborar ninguna de las dos teorías. Los contraejemplos de Popper se ven reducidos. En su lugar, el concepto de racionalidad y progreso en la comprensión de la ciencia ayudan más a entender cómo evolucionaron y siguen evolucionando los paradigmas en torno al crecimiento económico y probablemente también otros tan íntimamente relacionados con realidades sociales, puesto que estas han ido prevaleciendo en tanto que han sido capaces de explicar mejor la realidad que se estaba viviendo.


Adicionalmente, además de un proceso de progreso científico en el sentido racional y positivista, en estos paradigmas aprecio de forma bastante clara las fases del ciclo de Kuhn. El gran salto teórico que supone incluir el progreso tecnológico en los modelos de crecimiento desata un momento de crisis con el anterior paradigma y esta desencadena la proliferación de otro cuerpo de teorías nuevas en torno al mismo asunto (límites del crecimiento) que teóricamente ya había sido "agotado". En este giro teórico el detonador disruptivo de la ciencia no es tanto un cambio en la realidad observada, sino un cambio en la perspectiva del observador, una nueva idea puesta sobre la mesa. Ya que el progreso tecnológico ya estaba y había estado ahí siempre, solo que quizá no con la suficiente fuerza para apreciarse o quizá ninguno de los autores anteriores lo había nombrado explícitamente. O quizá, por qué no, lo tuvieron en cuenta pero no creyeron que pudiera tener la suficiente relevancia como para vencer la fuerza de los rendimientos marginales decrecientes y, de estar hoy aquí, discutirían a los autores más optimistas del crecimiento endógeno. Quién sabe.


En cualquier caso, me gustaría insistir en el papel de los cambios disruptivos en la ciencia, pero no solo teóricos, sino también en las realidades observadas. El giro teórico que se da en las teorías del crecimiento con la inclusión de la variable tecnológica, fue en buena parte motivado por el boom tecnológico que se estaba sucediendo durante segunda mitad del siglo XX. Del mismo modo, las teorías clásicas recogieron la preocupación por los límites de la tierra debido a la predominancia de un modelo productivo que estaba extremadamente ligado a los recursos primarios (hoy lo sigue estando, lo que pasa que hemos perdido la perspectiva). El momento actual es otro ejemplo de esto: actualmente, ya no es que estemos en un período de claro estancamiento, donde los niveles de productividad están decayendo y las tasas de crecimiento del mundo desarrollado agonizan (¿dónde están las potencialidades del progreso técnico?), sino es que factores "inesperados" (y entrecomillo inesperados porque se venía advirtiendo calurosamente desde hace tiempo) han puesto contra las cuerdas al modelo de crecimiento. Limitado o ilimitado, ahora mismo se cuestiona el propio crecimiento. Nuevos escenarios nunca antes explorados se plantean para atravesar la crisis medioambiental: green growth, postdesarrollo o decrecimiento. Algo para lo que el sistema capitalista no ha sido concebido. Pensado en su naturaleza para sobrevivir acumulando y creciendo, ahora se ve forzado a andar hacia atrás como un cangrejo. Luego es un hecho: estamos fuera de la caja y no sabemos aún qué paradigmas resolverán los problemas del futuro.


Con esto quiero concluir diciendo que el progreso de la ciencia sin lugar a dudas es irregular, pero como lo son las realidades que estudia, sobre todo cuando hablamos de ciencias sociales. Creo que construimos una ciencia racional y bien explicada, que no se conforma y contrasta teorías (falsacionismo de Popper) en la medida de lo posible para generar leyes cada vez más verosímiles y consistentes. Sin embargo, especialmente en ciencias sociales, aceptar la pluralidad de realidades es necesario (veo rasgos de todos los conceptos leídos, en este caso, del relativismo) y esto limita mucho el aglutinamiento de leyes generales y su perpetuidad, como apela el reduccionismo. La capacidad para adaptarse en el discurso científico y la flexibilidad de los marcos teóricos debería estar en todo momento presente en nuestros experimentos. Porque cambios disruptivos están al acecho y pueden cambiar toda la narrativa. La sociedad no es una pipeta. 



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